«Siempre que volaba me ponía pensativa, y aquel día en particular me conmovieron la belleza del paisaje y su libertad. ¿A qué lugar pertenecía yo, ahora? Concluí que a ninguno, que había formado mi propio continente.»
¿Basta con tener flores silvestres, la falda del vestido como paracaídas, la luna llena a fin de mes y una reserva donde bañarse en verano?, se pregunta Luisa, mientras apoya su cuerpo sobre el barrote del barco. Corre 1930 y ella no sabe que su nuevo destino será arrastrado por un período oscuro, y que no es la tierra de anhelos sobre la que tanto ha leído. Se asienta en una pensión de inmigrantes y, mientras el tiempo transcurre en las cuadras del Lower East Side, tiene que aprender a hacerse cargo de sus actos y de lo que había llamado sueños. Entre la desesperación y la soledad, Luisa evoca su paso por el amor, la herencia de un padre que la alimentó de historias, su pasión por los viajes, la distancia con la patria madre y las razones que la llevaron a elegir una vida lejos de su familia. De pronto, Manhattan se transforma en el lugar donde recuerda y también la ciudad donde olvida.
Nací en el sur de Córdoba y los veranos de mi infancia transcurrieron allí, entre el campo, las comidas de mi abuela y los libros que sacaba de la biblioteca. Desde que tengo memoria, amo viajar, leer y fotografiar, las pasiones de mi vida. Estudié traducción de inglés y literatura. Viví un año en el mar. Esta es mi primera novela de una serie sobre historias de mujeres viajeras.